Lo que hay
Desde hace algunos días sigo viviendo al lado de mí mismo, pero he empezado a guardar cierta distancia, por si acaso. Mi propia vida se derrama por sus límites. Padezco mi propia trascendencia.
Me acuesto a las once, después de leer varios cuentos de Poe. Cuando cierro los ojos, me veo paseando de noche por una ciudad casi desierta. Algunos borrachos desmenuzan su conciencia mientras se tambalean charlando con farolas mudas. Veo sus caras, sus gestos deprimentes que imploran un saludo. En este momento, como si fuera Cioran, hasta el ladrido de un perro me parecería una confesión demasiado íntima.
Deambulo por esa ciudad gris y húmeda, recién regada con agua reciclada. Como mi vida, una vida que ha consistido en tomar muchas veces la salida y no llegar casi nunca a la meta, abortando aquel error de la presunción, ese que anhela que los deseos que incitan cada comienzo duren eternamente.
Camino perdido en esta enorme y mugrienta ciudad, presintiendo que hay laberintos, como el de la catedral de Chartres, que son un simple camino; representan la naturalidad del destino, a Dios renegando de lo accidental, intentando dar brillo a lo efímero.
El oscuro fondo del que dependo me manda señales confusas, casi contradictorias. Oigo demasiados gritos en este lugar llamado lo que hay.
El Eremita Ausente
52 años
Madrid, España.